¿Cuándo relacionarse es una fuente de
placer y crecimiento y cuándo es un desgaste personal para todos los
implicados? Me centraré en intentar reflexionar sobre la segunda opción, ya que
si estamos en la primera, lo único que hay que hacer es seguir disfrutándola.
Una de las formas en que conseguimos que
las relaciones sean un sufrimiento garantizado es empeñarnos en que la otra
persona sea lo que no es. Vemos que tiene ciertas características, pero nos
apetece que tenga otras. Tenemos dos caminos: aceptar al otro u otra como es,
valorando aquéllos aspectos que sí nos satisfacen o, si esto no es posible o
deseable, alejarnos o colocarlo en otro lugar más cómodo en nuestra vida… y
seguir buscando personas más adecuadas para nosotros.
Esto parece sensato y hasta que “se cae de
maduro”. Pero a veces optamos por una tercera vía: ir a las cruzadas a
“evangelizar infieles”: intentar convertir a otras personas en algo que ellas
no quieren o no pueden ser. Intentar que los otros sean lo que uno tiene en la
cabeza que “deberían” y no aceptarlos
como realmente son. Parece una cosa tonta, estando el mundo tan superpoblado
como lo está, que en vez de buscar a personas más afines a nosotras, nos
dediquemos a intentar cambiar a otras sin siquiera pedirles permiso o
preguntarles si tienen algún interés en cambiar.
Puede haber varias razones para que
actuemos así. Una es el miedo a no encontrar a nadie más que nos quiera o tenga
en cuenta. Otra muy común es que en el fondo no busquemos a seres reales,
sino a ideales que tenemos en la cabeza y que, como no existen, tenemos que
“fabricarlas”. Ahí detrás puede estar la fantasía –a veces no consciente- de
que vamos a encontrar a alguien que colmará todos nuestros deseos y nos
convencemos de que determinada persona es así, aunque ésta todavía no lo sepa. Sabemos más de la persona
nosotros que ella misma. ¡Cuánta inteligencia tenemos! Está claro que en este
caso no estamos mirando a quien tenemos enfrente, sino a una proyección de
nuestros deseos y quizás hasta lo consideramos de nuestra propiedad.
Para intentar convertir a la persona en lo
que queremos que sea, casi siempre nos valemos de la manipulación. Así,
procuramos que sienta que el cambio que le imponemos es el que ella o él
necesita; que la forma como es ahora es incorrecta y le salvaremos de ese
error.
Esta manera de relacionarnos la usamos
mucho los adultos, pero evolutivamente corresponde a la primera infancia; en
esa etapa no podemos percibir a los otros como son, ya que nuestras necesidades
son tan apremiantes, y somos tan dependientes a la hora de satisfacerlas, que
tenemos que percibir a las personas en base a lo que necesitamos de ellas. Para
esto, les atribuimos unas características que concuerden con lo que esperamos
que nos den. Y nos frustramos cada vez que comprobamos que la persona no
“funciona” como debiera.
Si esa frustración ha sido más o menos
tolerable, la niña y el niño pueden ir aceptando que a veces los demás no les
pueden complacer de forma absoluta. Con el tiempo y la maduración, aceptan que
sólo encontrarán satisfacciones parciales por parte de otras personas; tendrán
que ir buscando lo que necesitan en diferentes contextos e incluso renunciar a
algunos deseos o satisfacerlos por sí mismos. De esta manera, sin embargo,
van consiguiendo cubrir sus necesidades afectivas de una manera
suficiente para sentirse bien.
Pero cuando no se ha podido tolerar la
frustración por lo que no se nos dio, es posible que nos quedemos toda la vida
soñando con alguien que nos satisfaga de forma absoluta, sin tener que volver a
sentirnos en estado de carencia. Y probablemente empecemos a actuar como
decíamos al principio: negándonos a reconocer lo evidente cuando alguien no es
esa persona ideal y dándonos de cabezazos contra un muro una y mil veces por no
poder aceptar la realidad. Eso sin contar con que también a los otros les
fastidiamos un tanto la vida.
Esto que al principio planteé como una
actitud algo tonta o simplemente molesta, ahora aparece como un asunto más dramático.
Las personas no hacen, o hacemos, esto por fastidiar –aunque, de hecho,
fastidiemos-, sino porque no aprendimos a hacer otra cosa. Sólo se puede salir
de ahí siendo conscientes de cómo estamos funcionando realmente, sin engañarnos
pensando que esa persona “perfecta” para nosotros existe y sólo tenemos que
encontrarla o “fabricarla”, siempre por su propio bien, claro. Necesitamos
darnos cuenta de que tenemos que aprender a vivir con la frustración, así que
habrá que trabajar duro en aumentar nuestra tolerancia. A veces se puede resolver
esto por uno mismo, pero muchas otras será necesario buscar a un profesional,
que podrá ayudar casi siempre, ya que este es un tema muy común que traen las
personas a terapia.
Después de hacer este trabajo podremos sorprendernos
de lo satisfactorias que pueden ser las relaciones, por paradójico que parezca,
cuando dejamos de esperar tanto de ellas. Y también nos podremos sorprender de
que vale la pena pedirle al otro que cambie alguna cosa y permitirle que nos
pida cambiar algo, pero desde la aceptación y el respeto, siempre que se considere
deseable por ambas partes.
Ángeles Delgado,
mayo de 2014.
Ángeles Delgado,
mayo de 2014.
Angeles cuánto me ayudan tus reflexiones y artículos ¡¡¡¡¡
ResponderEliminarMuchas gracias
Muchas gracias. A mí también me ayudan comentarios como el tuyo
EliminarSaludos.