domingo, 12 de enero de 2014

La costumbre






Estaba pensando en cuántas veces damos como excusa para no hacer algo el “no estar acostumbrado”. Por ejemplo, alguien te cuenta que se aburre ahora que se ha jubilado o que se han ido los hijos (bueno, últimamente no ocurre mucho ni una cosa ni la otra). Espontáneamente te sale sugerirle que haga nuevas amistades, estudie algo, lea, practique algún deporte… Y te contesta que le gustaría, pero es que no está acostumbrada. Como si el no tener costumbre de hacer algo nos imposibilitara absolutamente para hacerlo. Cuando alguien contesta así parece que supone (aunque no se dé cuenta) que las costumbres que tiene no las ha adquirido alguna vez. Como si hubiera nacido ya habituado a ciertas cosas.

¿Qué crea la costumbre? La repetición. ¿Cómo me acostumbro a leer? Leyendo. ¿Cómo me acostumbro a hacer deporte? Haciéndolo. Aquí podríamos poner casi cualquier cosa. Digo casi porque hay cosas tan desagradables o penosas que no nos acostumbraríamos nunca a ellas por mucho que las repitiéramos. Pero en general, si uno hace algo muchas veces, se acostumbra a hacerlo, es decir, le resulta conocido, no le plantea grandes conflictos o exigencias, lo hace con cierta facilidad. Cuando ante la idea de hacer algo que me hace falta o me conviene, digo: “no puedo, porque no estoy acostumbrada”, en realidad estoy diciendo: “no estoy dispuesta a hacer el esfuerzo”, o bien: “eso me haría sentirme insegura porque no me veo capaz”, o también: “prefiero la comodidad que proporcionan las cosas conocidas que cambiar mis rutinas”. Es cierto que las rutinas y los hábitos nos ayudan con muchas tareas de la vida cotidiana y a lograr algunos objetivos. Tienen un valor. Pero si cuando cambian las circunstancias o surgen nuevas necesidades o deseos, me aferro a la rutina, ésta se convierte en una condena. Como en el mito de Sísifo: condenados a repetir las mismas acciones eternamente.

Hace un tiempo que se investiga y se publica mucho sobre neuropsicología y se está conociendo más acerca de cómo funciona el cerebro. Ya sabemos que se mantiene en forma más tiempo si estamos constantemente adquiriendo habilidades nuevas, para las que necesitamos usar partes del cerebro que no utilizamos habitualmente. Incluso se está estudiando cómo se pueden cambiar, hasta cierto punto, algunos rasgos de nuestro carácter, por medio de abrirnos a experiencias nuevas, repitiéndolas, hasta que “nos acostumbremos”, es decir, hasta que estas nuevas formas de actuar se inscriban en la memoria a largo plazo.

Cada vez que aprendemos algo nuevo o lo hacemos de una forma diferente a la habitual, creamos nuevas sinapsis o conexiones neuronales. Es decir, abrimos nuevos “caminos” en el cerebro; si transitamos estos caminos a menudo, es decir, si repetimos esa tarea, nos va siendo cada vez más fácil desarrollarla, ya que se va automatizando. Por eso nos cuesta menos poner en práctica actividades que hacemos desde hace muchos años. Y también por eso nos cuesta adquirir costumbres nuevas. Sobre todo si hemos llegado a cierta edad y ya tenemos demasiadas adquiridas; para abrir esos nuevos caminos necesitaremos un buen machete, es decir: decisión y mucha repetición, hasta que por fin nos acostumbremos. Será mucho más cómodo ir por los de siempre, que están tan señalados y fáciles de recorrer, que andar quitando maleza sin saber muy bien por dónde vamos ni si llegaremos a algún sitio.

Por tanto, es cierto que no tener costumbre de hacer algo nos lo hace más difícil, pero no estar acostumbrado, desde luego, no es sinónimo de no poder. Repitiendo mucho una actividad o forma de estar, se convertirá algún día en costumbre. Además, el esfuerzo será ampliamente compensado por la satisfacción de ampliar nuestras posibilidades.

Por cierto, no estoy muy acostumbrada a escribir, por lo que tardo bastante tiempo en hacer un escrito como éste, pero espero que con la práctica, me sea más fácil hacerlo.



Ángeles Delgado
Enero de 2014