domingo, 23 de marzo de 2014

El destino




    Cuando decimos “destino” solemos referimos a la idea de algo predeterminado, que está escrito en alguna parte que habría de ocurrir; como si hubiera una voluntad superior que pudiera hacer que nos ocurran unas cosas u otras.
    No creo en el destino en ese sentido, más anclado en el pensamiento mágico –que se basa en creencias sin ninguna base empírica - que en la razón. Pero sí creo que existe otro tipo de destino, relacionado con factores que lo predeterminan realmente, a no ser que llevemos a la conciencia esos factores y los efectos que han tenido en nosotros.
    En estos días he estado leyendo a A. Lowen en El miedo a la vida (Editorial Papel de liar, 2008). Aunque la primera edición en inglés data de 1980, creo que es una lectura que no ha envejecido en sus planteamientos principales. Me ha llamado la atención el segundo capítulo: Carácter y destino. En él describe al destino como una consecuencia del carácter que se nos ha ido formando a lo largo de la vida, sobre todo en la infancia y la adolescencia. Aquí hablaré del destino y la psicoterapia desde ese punto de vista.
    Tengo que aclarar que carácter no significa lo mismo que personalidad. Carácter es una estructura defensiva, una armadura que hemos tenido que ponernos para defendernos de situaciones dolorosas o peligrosas, a las que nos vimos expuestos cuando aun no teníamos otros recursos para afrontarlas. De esa estructura defensiva no tenemos conciencia, ya que al haber reprimido los recuerdos dolorosos o amenazantes, también reprimimos el recuerdo de haber adoptado esa forma de defensa. Recordar el segundo nos llevaría a recordar los primeros y eso sería intolerable, o al menos subyace el temor a que lo sea.
    La estructura del carácter, al ser inconsciente, es automática: cierto tipo de estímulos o situaciones desencadenan cierto tipo de respuestas. Esto hace que en esas situaciones seamos muy predecibles. No podemos razonar y/o ser conscientes de lo que nuestros sentidos dicen que debemos hacer, sino, por el contrario, realizamos alguna estrategia defensiva que nos asegure que no vamos a entrar en contacto con algo doloroso o amenazante.
Por ejemplo, una persona que se sintió muy rechazada y esto le causó un gran dolor, cada vez que se aproxima una posibilidad de ser rechazada, pone en marcha una maniobra de huída, de alejamiento. Rechaza antes de que la rechacen. Esto es así porque si no lo hace y se queda esperando a ver si se da o no ese rechazo tan temido, podría revivir la angustia y el dolor que vivió cuando le ocurrió eso mismo en la infancia. Aquí estamos viendo que la persona no puede elegir cómo actuar, y en ese sentido sí –y no en el mágico- está cumpliendo un destino. Un destino predeterminado por sus vivencias tempranas y la forma como tuvo que defenderse de ellas.
   Entonces, una manera de ver la psicoterapia sería la de llevar a la conciencia ese destino potencial para poder “conjurarlo”. Terapeuta y cliente cambiarían juntos ese destino, lo cual no significaría luchar contra él en el sentido de intentar destruirlo. Sería más bien ser conscientes de esa estructura defensiva automática y así poder des-automatizarla y elegir nuestras acciones en situaciones determinadas. Para ello sería necesario volver a entrar en contacto con el dolor y el temor originales, para dejar de invertir energía en reprimir su recuerdo y de este modo darles otra salida afectiva. Eso es lo que nos haría libres de ese destino.
    Algunas personas objetarán, no sin cierta razón, que por qué hay que empeñarse en revivir el pasado y estar sufriendo sin causa aparente. A esto se puede responder que ese pasado se está actualizando constantemente en el presente y no nos permite construir ni el presente adecuado, ni un futuro mejor. Y, además, nos permite tomar conciencia de que sigue ahí y perder el miedo a esas sensaciones y emociones que en su día no pudimos tolerar, nos va a librar de ellas. Sobre todo porque comprobamos que ahora sí las podemos soportar.
    Así, deja de tener sentido que nos sigamos perdiendo las cosas buenas de la vida solo por no arriesgarnos a sentir algo que “ya” no es para tanto.
  

domingo, 9 de marzo de 2014

Narcisismo





    Un formador (Denis Royer) nos dijo una vez en un seminario de formación que el narcisismo es como el colesterol, que hay uno bueno y otro malo.
    El “bueno”, necesario, consiste en que uno, tanto en la infancia como en la vida adulta, busque sentirse valioso e importante para sus figuras de apego. Ayuda a tener autoestima, a no hundirse porque algo salga mal o no se guste a algunas personas; si alguien se siente valioso, los fracasos no le hacen invalidarse completamente. Hace que se sienta especial y único, pero en la medida en que todos somos especiales y únicos. Se trata de amar lo que uno es, con lo bueno y lo malo, y sentirse satisfecho de uno mismo. Pero no impide completamente tener capacidad de autocrítica y reconocer los errores y las limitaciones; y si duele que haya personas que sepan más o tengan más talento o más éxito, se puede tolerar sin derrumbarse.
    En cambio el narcisismo “malo” es el que padecen las personas que necesitan sentirse mejores que los demás, que buscan de una manera obsesiva que se les reconozca, que no soportan que alguien les supere en algo. Descalifican a esas personas que les superan y se ofenden si no se les trata como si fueran excepcionales. Se sienten merecedores de un trato especial, como seres superiores que creen ser. Necesitan tener muchos admiradores que les alaben. No toleran no gustar o que se esté en desacuerdo con ellos. No soportan el fracaso, ya que se supone que son perfectos. Toleran mal el envejecimiento y la enfermedad, que perciben como imperfecciones. Puede parecer que estas personas sólo piensan en sus propias necesidades, ya que menosprecian las de los demás. Pero nada más lejos de eso. En realidad no saben que lo que necesitan es sentirse queridos simplemente por lo que son, sin tener que dar una imagen inflada o exitosa, sin tener que ser excepcionales. Creen que necesitan reconocimiento, pero lo que realmente les falta es sentir que se les puede querer como a cualquiera, porque sí.
    ¿Cómo se llega a desarrollar un narcisismo del segundo tipo? Bueno, nuevamente: hay teorías para todos los gustos. Pero analicemos algunos aspectos relacionados con la forma en que los padres se vincularon con el niño o la niña. Generalmente se trata de padres muy narcisistas a su vez. Quieren un hijo o una hija perfectos. Necesitan esto porque para ellos los hijos no son personas independientes, sino una prolongación de sí mismos y les representan. Puede que sientan algo así como “alguien excepcional como yo, sólo puede tener hijos excepcionales”. O tal vez se hayan sentido insignificantes en su vida y creen que un hijo brillante les hará sentirse, por fin, valiosos. Por supuesto, los hijos de estas personas serán en principio niños normales, pero los padres empiezan a transmitirle, a veces de manera sutil y otras muy explícitamente, que les van a querer más si  son extraordinarios. Está el padre o la madre que se enfada si su hijo no tiene sobresaliente en todo; están los que le inculcan que tiene que ser el mejor en algún deporte, en música, o en cualquier otra disciplina; a veces están constantemente comparándolos con los demás, haciéndoles ver que son y deben ser mejores y que de esa manera papá y mamá serán felices.
    La conclusión que sacan los niños de este trato es que no les van a querer simplemente como son, sino sólo si cumplen determinadas expectativas de los padres. Que no les querrán por ellos mismos, sino por sus logros. Si alguien les supera se sentirán muy amenazados de perder el amor de los padres y como necesitan profundamente ese amor, intentarán pasar por encima de quien sea. Así, poco a poco, esta persona que está creciendo se va desconectando de lo que necesita realmente en cuanto a afectos y realización personal; dedica en cambio todas sus energías a proyectar una imagen de éxito y a ser reconocido por ella. Termina confundiendo amor con admiración, creyendo que buscando la segunda encontrará el primero. Pero por muchos admiradores que consiga y éxitos que coseche, nunca será suficiente, porque seguirá sin sentirse querido por lo que realmente es, con sus necesidades afectivas reales.
    Seguramente todos tenemos los dos tipos de narcisismo, pero igual que sucede con el colesterol, nuestra salud (en este caso, la mental) depende de las proporciones de uno y otro. 

Ángeles Delgado. 
Marzo de 2014