sábado, 5 de abril de 2014

LAS EMOCIONES: EL SENTIDO DE SENTIR





Edith Liberman es Psicóloga social y Psicoterapeuta en Análisis Bioenergético.

Formadora y supervisora de Psicoterapeutas del International Institute for Bioenergetic Analysis (IIBA). 
Trabaja en Madrid desde 1990.   
Más información en http://www.bioenergetica.es






LAS EMOCIONES: EL SENTIDO DE SENTIR - Edith Liberman
Todo conocimiento comienza por los sentimientos” Leonardo Da Vinci



Las emociones son la música de fondo de nuestra vida. Desde que nos despertamos hasta que nos dormimos estamos percibiendo lo que ocurre a nuestro alrededor y esa información de los sentidos es procesada por nuestro cerebro junto a las emociones activadas por esa percepción. Por lo tanto, las emociones son, en primer lugar, nuestra herramienta básica de orientación en la realidad. Sin ellas, sencillamente, no podríamos diferenciar un terremoto de una noche de juerga.

Las emociones forman parte de nuestro patrimonio genético para la supervivencia de nuestra especie. El miedo, por ejemplo, es la emoción que nos informa del peligro y evita que metamos por segunda vez los dedos en el enchufe ya que la primera descarga fue suficiente para que asociemos esta acción con una sensación dolorosa.

Cada experiencia de la vida tiene un componente emocional así como de imágenes, de palabras, de olores, de sensaciones. La emoción es lo que le da una cualidad especial a cada experiencia, un tono sin el cual la vida no tendría, simplemente sentido. Ya que lo que le da sentido, valga la redundancia, es lo que sentimos en cada momento.

Es evidente la importancia de la intensidad con que experimentamos las emociones, ya que el exceso nos impide pensar y nos lleva a actuar de un modo irracional y la falta de emoción priva a nuestra conducta de un contenido esencial para acertar en la acción. La regulación emocional, que nos permite equilibrar los componentes racionales y emocionales en nuestra manera de actuar, es una parte básica de la formación del carácter que se desarrolla en la infancia y sigue evolucionando toda la vida.

Nuestro entorno cultural tiende a idealizar y valorar en exceso la frialdad, un cierto hipercontrol de las emociones, un cierto desprecio hacia el sentir. Tendemos a considerar débiles a las personas que manifiestan sus emociones y en la vida cotidiana hay poco lugar para reconocer lo que se siente y nos volcamos fundamentalmente en la acción.

Esa ignorancia de lo sentido, el enfriamiento en las relaciones interpersonales, la falta de comunicación emocional en la familia, genera la creación de “analfabetos” emocionales. Pero esa represión, lejos de favorecer la regulación, promueve las irrupciones emocionales menos controladas. Las actuaciones iracundas, los ataques de pánico, la banalización de la violencia, las diferentes formas de acoso, por ejemplo, son evidencias de distintas alteraciones emocionales cuyo origen está en la incapacidad para identificar y gestionar las emociones.

Hace ya tiempo, Sócrates aconsejaba a sus discípulos “conócete a ti mismo”. Y en eso estamos. Sócrates se refería a identificar nuestras emociones, nuestros sentimientos, como el primer paso necesario para modular nuestra conducta. Si no reconocemos nuestras emociones cuando tienen una intensidad manejable, acabarán inundándonos. Como indica la propia palabra, toda e-moción es un impulso para la acción. Y lo es de un modo fisiológico ya que cada emoción prepara al cuerpo para una respuesta física.

Cuando sentimos miedo inicialmente quedamos paralizados, la respiración se detiene por un momento, los ojos se abren, se desata la alerta, ya que se trata de una anticipación de amenaza. A continuación, el estado de alerta genera una reacción hormonal que provee recursos energéticos adicionales para una respuesta de huida o de lucha: aumento del ritmo cardíaco, aumento de la presión arterial, desvío del flujo sanguíneo hacia los músculos, etc.

De igual modo cada emoción tiene un correlato fisiológico, la ira dispara también la respiración y el flujo sanguíneo mientras la tristeza los reduce, el asco promueve el distanciamiento del objeto que lo provoca, la vergüenza el rubor, por dilatación de los vasos capilares y así de seguido.

Las emociones surgen de un modo automático, inconsciente, como sensaciones corporales por asociación de una situación presente con situaciones pasadas. Si las sentimos de un modo consciente, podemos analizar lo presente y decidir si de verdad la semejanza es tal y valorar cómo tenemos que actuar. Si tuvimos un accidente de tráfico, es posible que sintamos miedo al volver a subir al coche la siguiente vez. Pero lo lógico no es dejarnos llevar por la emoción, sino echar mano de nuestra capacidad de tranquilizarnos ya que sabemos que se ha tratado de un hecho puntual y el miedo se disipará poco a poco. De igual modo, cada vez que nos enfadamos no nos liamos a tortas o nos enzarzamos en una discusión. Buscamos una estrategia que permita derivar la situación para que no nos perjudique.

El verdadero control de las emociones no consiste en no sentir, sino en reconocer lo que se siente y utilizar la razón para encontrar la respuesta más eficaz en cada momento. Daniel Goleman inicia su libro “La inteligencia emocional” con una cita de Aristóteles que no puede ser más clara: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.

“Los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos”. Friedrich Nietzsche

“Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza”. Proverbio chino

“Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio”. Proverbio hindú.

“Más vale parecer un idiota con la boca cerrada, que abrir la boca y disipar toda duda". Anónimo.

domingo, 23 de marzo de 2014

El destino




    Cuando decimos “destino” solemos referimos a la idea de algo predeterminado, que está escrito en alguna parte que habría de ocurrir; como si hubiera una voluntad superior que pudiera hacer que nos ocurran unas cosas u otras.
    No creo en el destino en ese sentido, más anclado en el pensamiento mágico –que se basa en creencias sin ninguna base empírica - que en la razón. Pero sí creo que existe otro tipo de destino, relacionado con factores que lo predeterminan realmente, a no ser que llevemos a la conciencia esos factores y los efectos que han tenido en nosotros.
    En estos días he estado leyendo a A. Lowen en El miedo a la vida (Editorial Papel de liar, 2008). Aunque la primera edición en inglés data de 1980, creo que es una lectura que no ha envejecido en sus planteamientos principales. Me ha llamado la atención el segundo capítulo: Carácter y destino. En él describe al destino como una consecuencia del carácter que se nos ha ido formando a lo largo de la vida, sobre todo en la infancia y la adolescencia. Aquí hablaré del destino y la psicoterapia desde ese punto de vista.
    Tengo que aclarar que carácter no significa lo mismo que personalidad. Carácter es una estructura defensiva, una armadura que hemos tenido que ponernos para defendernos de situaciones dolorosas o peligrosas, a las que nos vimos expuestos cuando aun no teníamos otros recursos para afrontarlas. De esa estructura defensiva no tenemos conciencia, ya que al haber reprimido los recuerdos dolorosos o amenazantes, también reprimimos el recuerdo de haber adoptado esa forma de defensa. Recordar el segundo nos llevaría a recordar los primeros y eso sería intolerable, o al menos subyace el temor a que lo sea.
    La estructura del carácter, al ser inconsciente, es automática: cierto tipo de estímulos o situaciones desencadenan cierto tipo de respuestas. Esto hace que en esas situaciones seamos muy predecibles. No podemos razonar y/o ser conscientes de lo que nuestros sentidos dicen que debemos hacer, sino, por el contrario, realizamos alguna estrategia defensiva que nos asegure que no vamos a entrar en contacto con algo doloroso o amenazante.
Por ejemplo, una persona que se sintió muy rechazada y esto le causó un gran dolor, cada vez que se aproxima una posibilidad de ser rechazada, pone en marcha una maniobra de huída, de alejamiento. Rechaza antes de que la rechacen. Esto es así porque si no lo hace y se queda esperando a ver si se da o no ese rechazo tan temido, podría revivir la angustia y el dolor que vivió cuando le ocurrió eso mismo en la infancia. Aquí estamos viendo que la persona no puede elegir cómo actuar, y en ese sentido sí –y no en el mágico- está cumpliendo un destino. Un destino predeterminado por sus vivencias tempranas y la forma como tuvo que defenderse de ellas.
   Entonces, una manera de ver la psicoterapia sería la de llevar a la conciencia ese destino potencial para poder “conjurarlo”. Terapeuta y cliente cambiarían juntos ese destino, lo cual no significaría luchar contra él en el sentido de intentar destruirlo. Sería más bien ser conscientes de esa estructura defensiva automática y así poder des-automatizarla y elegir nuestras acciones en situaciones determinadas. Para ello sería necesario volver a entrar en contacto con el dolor y el temor originales, para dejar de invertir energía en reprimir su recuerdo y de este modo darles otra salida afectiva. Eso es lo que nos haría libres de ese destino.
    Algunas personas objetarán, no sin cierta razón, que por qué hay que empeñarse en revivir el pasado y estar sufriendo sin causa aparente. A esto se puede responder que ese pasado se está actualizando constantemente en el presente y no nos permite construir ni el presente adecuado, ni un futuro mejor. Y, además, nos permite tomar conciencia de que sigue ahí y perder el miedo a esas sensaciones y emociones que en su día no pudimos tolerar, nos va a librar de ellas. Sobre todo porque comprobamos que ahora sí las podemos soportar.
    Así, deja de tener sentido que nos sigamos perdiendo las cosas buenas de la vida solo por no arriesgarnos a sentir algo que “ya” no es para tanto.
  

domingo, 9 de marzo de 2014

Narcisismo





    Un formador (Denis Royer) nos dijo una vez en un seminario de formación que el narcisismo es como el colesterol, que hay uno bueno y otro malo.
    El “bueno”, necesario, consiste en que uno, tanto en la infancia como en la vida adulta, busque sentirse valioso e importante para sus figuras de apego. Ayuda a tener autoestima, a no hundirse porque algo salga mal o no se guste a algunas personas; si alguien se siente valioso, los fracasos no le hacen invalidarse completamente. Hace que se sienta especial y único, pero en la medida en que todos somos especiales y únicos. Se trata de amar lo que uno es, con lo bueno y lo malo, y sentirse satisfecho de uno mismo. Pero no impide completamente tener capacidad de autocrítica y reconocer los errores y las limitaciones; y si duele que haya personas que sepan más o tengan más talento o más éxito, se puede tolerar sin derrumbarse.
    En cambio el narcisismo “malo” es el que padecen las personas que necesitan sentirse mejores que los demás, que buscan de una manera obsesiva que se les reconozca, que no soportan que alguien les supere en algo. Descalifican a esas personas que les superan y se ofenden si no se les trata como si fueran excepcionales. Se sienten merecedores de un trato especial, como seres superiores que creen ser. Necesitan tener muchos admiradores que les alaben. No toleran no gustar o que se esté en desacuerdo con ellos. No soportan el fracaso, ya que se supone que son perfectos. Toleran mal el envejecimiento y la enfermedad, que perciben como imperfecciones. Puede parecer que estas personas sólo piensan en sus propias necesidades, ya que menosprecian las de los demás. Pero nada más lejos de eso. En realidad no saben que lo que necesitan es sentirse queridos simplemente por lo que son, sin tener que dar una imagen inflada o exitosa, sin tener que ser excepcionales. Creen que necesitan reconocimiento, pero lo que realmente les falta es sentir que se les puede querer como a cualquiera, porque sí.
    ¿Cómo se llega a desarrollar un narcisismo del segundo tipo? Bueno, nuevamente: hay teorías para todos los gustos. Pero analicemos algunos aspectos relacionados con la forma en que los padres se vincularon con el niño o la niña. Generalmente se trata de padres muy narcisistas a su vez. Quieren un hijo o una hija perfectos. Necesitan esto porque para ellos los hijos no son personas independientes, sino una prolongación de sí mismos y les representan. Puede que sientan algo así como “alguien excepcional como yo, sólo puede tener hijos excepcionales”. O tal vez se hayan sentido insignificantes en su vida y creen que un hijo brillante les hará sentirse, por fin, valiosos. Por supuesto, los hijos de estas personas serán en principio niños normales, pero los padres empiezan a transmitirle, a veces de manera sutil y otras muy explícitamente, que les van a querer más si  son extraordinarios. Está el padre o la madre que se enfada si su hijo no tiene sobresaliente en todo; están los que le inculcan que tiene que ser el mejor en algún deporte, en música, o en cualquier otra disciplina; a veces están constantemente comparándolos con los demás, haciéndoles ver que son y deben ser mejores y que de esa manera papá y mamá serán felices.
    La conclusión que sacan los niños de este trato es que no les van a querer simplemente como son, sino sólo si cumplen determinadas expectativas de los padres. Que no les querrán por ellos mismos, sino por sus logros. Si alguien les supera se sentirán muy amenazados de perder el amor de los padres y como necesitan profundamente ese amor, intentarán pasar por encima de quien sea. Así, poco a poco, esta persona que está creciendo se va desconectando de lo que necesita realmente en cuanto a afectos y realización personal; dedica en cambio todas sus energías a proyectar una imagen de éxito y a ser reconocido por ella. Termina confundiendo amor con admiración, creyendo que buscando la segunda encontrará el primero. Pero por muchos admiradores que consiga y éxitos que coseche, nunca será suficiente, porque seguirá sin sentirse querido por lo que realmente es, con sus necesidades afectivas reales.
    Seguramente todos tenemos los dos tipos de narcisismo, pero igual que sucede con el colesterol, nuestra salud (en este caso, la mental) depende de las proporciones de uno y otro. 

Ángeles Delgado. 
Marzo de 2014